Texto presentado en Barcelona en la jornada de la escuela de los foros del campo lacanaino el día 28 de mayo del 2022.
El psicoanálisis no es fácil. En algunos casos sus textos son difíciles. Confronta a quien lo práctica con los límites de la castración. Al estudiar lo que dice uno se pone en juego a sí mismo, pues es un discurso de la subjetividad y el goce. Por eso y desde sus inicios es imprescindible el dispositivo del análisis que le da un aire particular que a veces se rechaza sin saber. Un dispositivo que incluye al analista, al analizante y al Otro; la transferencia, los goces y el inconsciente.
Lalangue, sujeto del inconsciente, parletre, son significantes que evoca el psicoanálisis de Lacan para explicarse, para explicar que el ser humano está atravesado por las palabras des de antes de nacer. Palabras que le dan un lugar en el mundo y le marcan el cuerpo. Palabras que articuladas en la pulsión determinan los goces que siempre serán subjetivos, de cada uno.
El psicoanálisis no funciona con lo preestablecido, cada encuentro es un encuentro entre el analista, el analizante y el Otro, si lo hay. Estas concreciones del dispositivo por su singularidad producen un rechazo, diría lógico, por parte de otras disciplinas que tratan des de la perspectiva de la salud mental. El psicoanálisis es una práctica que interroga al sujeto y al interrogar al sujeto, histerizándolo, produce una contratransferencia que pone en cuestión al psicoanálisis mismo. Este efecto del que el psicoanálisis siempre está dispuesto a aprender en otros enfoques es impensable. Es la cuestión de los discursos, entre el discurso del amo que por sus condiciones no se puede tambalear y el discurso del analista que es dinámico, es un sujeto supuesto saber.
Es necesario para una ciencia del lado del amo reafirmarse en el corpus teórico del saber científico, los límites de lo científico. El psicoanálisis, si bien es producto de un saber teórico, trata de lo contrario y es en cada sesión que se reinscribe la verdad de sus saberes. Porqué es un discurso que se reconstruye en cada sesión, Lacan lo llama un discurso sin palabras.
Es un discurso sin palabras porqué precisamente hace hablar al paciente. Lo hace hablar para qué pueda desplegar sus decires y en el proceso ir reconociendo lo inconsciente, lo que no se sabe pero hace síntoma. Decires, inconsciente y síntoma que se estructura en un lenguaje, el propio del paciente.
Todo ello va a contracorriente a la civilización de nuestros días, que por un lado adora todo lo que tiene el prefijo de científico y se confunde con los objetos que el capitalismo le ofrece. Dos cuestiones estas que terminan por silenciar al sujeto. No hace falta la singularidad del habla para la ciencia como tampoco para el capitalismo neoliberal, más bien molesta.
Singularidad que tiene que ver con el deseo propio que tiene que ver con la pulsión invocante. La voz es en definitiva lo que hace lazo, el deseo de hablar nos aparta del real de la no proporción sexual, esa palabra que termina por singularizarnos.
El discurso del analista es el que proviene del sujeto analizado y en esto hay una particularidad: el dispositivo analítico. No se deviene analista de cualquier manera, sino a través del trabajo del análisis. Un trabajo de ir montando y desmontando al Otro y sus goces pegados en el cuerpo para terminar con la consciencia de que el Otro está barrado o como el último Lacan, no existe.
Como dice el título de las jornadas de hoy entre el amor y el medicamento hay el deseo. Deseo que puede devenir angustia sino encuentra camino. Y en ese punto muchos retroceden, interponen la farmacopea, las actitudes bienintencionadas. Pero en este paso se niega al sujeto y se lo enreda en discursos que no son suyos. Protocolos, informes y procedimientos estandarizados que si bien dan un lugar al sujeto no es el que propone la salida psicoanalítica.
El psicoanálisis es difícil porque pone al sujeto frente el espejo para tratar de ver lo que se ve y lo que no se ve, lo que se sabe y lo que no se sabe. Primero si se establece la transferencia se habla de lo que se ve y se sabe, “eso se sabe”, decía un paciente adolescente al relatar la historia familiar. Lo que no se sabe tan bien es de que manera ha tocado al sujeto eso que se sabe, como ha configurado el cuerpo eso que se sabe, realidad inconsciente que provoca síntomas. Es la parte que no se sabe.
Este paciente del que hablaba dice tener TDAH, hace tiempo que lo tiene, desde pequeño y conlleva la receta de un fármaco. Él, con dificultades, va desgranando las verdades de su historia y se siente el goce de su decir, un abuelo heroinómano, una abuela muy autoritaria de la que tenía miedo, un refugio en la feminidad, pero des del Otro familiar le dicen que debe tomar la pastilla. Dice tener una doble verdad, la de su familia y la del psicoanálisis. La de su familia se resume en una pasión por el olvido que para él representó una dificultad para simbolizar. Ha ido rehaciendo su historia y al hacerlo se da cuenta, con una indicación mía, que solo miraba. Mero espectador, de experiencias impactantes que han quedado marcadas en su psiquismo. El es el síntoma de una familia.
La otra dificultad del psicoanálisis es su desenlace. Si bien construir una historia sirve para situar un síntoma, lo cual suele aliviar, el fantasma está ahí para repetirse. En este paciente el fantasma tiene que ver con una posición difícil frente a la masculinidad y un rechazo a algo de lo femenino, que exhibió en su infancia con bailes y cante. Ahora lleva una barba que parece postiza, para ser macho, dice. Ideal de masculinidad que lo sostiene y lo tambalea.
La barba, el tambaleo, su ambivalencia son parte de su síntoma al que el psicoanálisis no apunta, sino que describe. El psicoanálisis apunta a los alrededores de estos significantes amo para tratar de desdibujarlos, para que no produzcan fijeza. Del lado del discurso médico de la ciencia estos significantes son variables a extirpar, que molestan, son el fin de la terapéutica, pero a condición de recargar, recubrir al sujeto con diversos objetos que callan. Protocolos, farmacopea, diagnósticos, informes para certificar exteriormente que allí hay algo disfuncional, algo raro, indicar lo que no va y como remediarlo, el psicoanálisis ahí escucha. Considera estos significantes como parte de la subjetividad, de un todo estructural que produce sentido.
El discurso analítico en el medio psi estorba precisamente porqué rehúye proclamar, el discurso analítico desea la enunciación, que se diga. Por eso es un lugar atípico, un lugar sin lugar, un lugar vacío. Un lugar vacío pero operativo no es un lugar inerte, aunque a veces lo parezca, se hace el muerto. Es necesario un análisis para encontrar sentido a eso, para dar lugar a eso.
A mi me parece un lugar de silencio, el estado operativo del psicoanalista es un lugar de silencio evocador, Lacan lo llamó objeto a. El objeto a es un objeto de resto, es lo que queda al vaciar de goce al sujeto, quedan los objetos a, sobretodo el objeto voz en el dispositivo analítico.
Pienso que el saber psicoanalítico pretende, no sin dificultades, encontrar un lugar donde la vida sea vivible, cada uno bajo la responsabilidad de sus síntomas, y para lograr eso la posición del analista es fundamental y para ello el análisis también es fundamental, como fundamental es haber hecho algo con el nudo sintomático particular.